El experimento - Olivier Hirschbiegel
El experimento es una película de Oliver Hirschbiegel, más conocido por El hundimiento, película que ya comenté hace un mes o dos, sobre los últimos días del tercer Reich.
La película se basa en el experimento de la cárcel de Stanford, que Philip Zimbardo et al. llevaron a cabo en 1971 y trata de la influencia de un ambiente extremo (la cárcel) sobre los actos del ser humano. De 70 candidatos eligieron a los 24 más normales —dicen— y los dividieron en policías y presos. Y al segundo día hubo un motín, y luego hubo torturas, vejaciones sexuales y todo tipo de abusos. Lo normal, vaya.
El argumento de la película, en resumidas cuentas, es el mismo, sólo que aquí se trata de 20 personas. La línea de acontecimientos es similiar, con algunos cambios y, por supuesto, los personajes son otros.
El protagonista, prisionero 77, encarnado por Moritz Bleibtreu, está allí para grabarlo todo para un periódico, para el que trabajaba en el pasado. Cree que el experimento es un asunto militar y va allí a destapar los trapos sucios. La gran regla es que no se puede hacer uso de la violencia, pero en sólo 36 horas se organiza un motín y se arma la de Dios es Cristo. Lo cierto es que no pude evitar pensar que si 77 no fuese absolutamente imbécil podría haber girado las tornas del asunto en varias ocasiones, y casi sin colaboración. Cuando las cosas se empezaron a poner duras debería haber tomado la decisión, pero no lo hizo. Claro, si no estaríamos frente a un corto.
Lo cierto es que no me gustó el desarrollo de la película. Así de simple. El experimento de Stanford ya era bastante duro e inquietante, ¿qué necesidad había de exagerar las escenas? ¿Para qué forzar un intento de darle más dramatismo? Hace aguas, por supuesto. No hay forma de llevarlo a cabo. La película pronto pasa de su puntillo oscuro y chungo a ser una fingida imitación de la más desalmada tragedia. En esa obsesión por un énfasis completamente exagerado se acaba perdiendo, hundiendo; se sumerge en su propia intención y no vuelve a salir a flote.
El reparto es mediocre, siendo amable. El protagonista carece absolutamente de carisma o de capacidad de convencer, un palo. El único que es más o menos creíble es Christian Berkel, el prisionero 38, aunque tal vez se deba a lo terriblemente plano que es su personaje. Impasible, impertérrito. Una estatua. Los personajes son estúpidos, es difícil no odiarlos. A todos.
La música ambiental es horrenda. Un cúmulo de sonidos, muchas veces con un ritmo incómodo, con un volumen molesto y con una sonoridad horrible. No es que contribuyen a la inquietud y a la opresión del escenario —lo cual no estaría mal—, es sólo que es un acompañamiento horrible.
Aunque la idea argumental, la premisa, me parece buena e interesante, también creo que el desarrollo posterior la hunde. No me parece un guión bien llevado, ni consiguió llevarme por dónde quería, ni consiguió entretenerme. Esas largas muertes de ritmo en forma de ensoñaciones de 77, unos sueños que son poco más que una excusa para enseñar carne. Y alguno dirá, «no, son su respuesta psicológica a la presión que vive», y le daré la razón. En parte. Son demasiado largas y ninguna cuenta nada.
Por último, no me gusta cómo se hacen los juegos de cámara. Los cambios de plano son absurdamente forzados y antiestéticos, rompen el dinamismo y la fluidez de la película. Es simplón, cutre; obra de un Hirschbiegel torpe e inexperto, que sólo consigue unos cambios más o menos aceptables cuando juega con las gafas del protagonista, donde le consigue dar un aire relativamente fresco.
Nota: 3. Una buena premisa llevada a cabo sin ningún tipo de lucidez. Ni música, ni imagen, ni actuaciones, ni nada.
Otras películas del director:
Verla ha sido una pérdida de tiempo. Mi mayor queja es que no puedes decir que es un experimento con personas normales, sin avisar de que consideras normales a personas con problemas para controlar su ira, alcoholicos, violadores...
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