Mago y cristal (La Torre Oscura, parte 4) - Stephen King
Mago y Cristal continúa la épica odisea de Roland en pos de la Torre Oscura, fielmente acompañado de Susannah, Eddie, Jake y Acho y nos sitúa inicialmente en la misma conversación en la que nos dejó el fantástico Las tierras baldías.
Blaine, el trastornado e insidioso fanático de las adivinanzas y Roland inician su peculiar duelo. Así empieza, en mitad del cliffhanger pueril con el que termina la anterior entrega.
Pero este libro no va de eso, o al menos no especialmente de eso. Es cierto que la trama avanza un poco en las primeras 80 y en las últimas 50 páginas, pero las 600 que hay en medio son un enorme y masticadito flashback de Roland, en el que responde a todas esas preguntas con las que ha sido esquivo durante las novelas anteriores y nos presenta al fin a ese pilluelo de Cuthbert y al, en mi opinión, algo soso Alain. Roland abre su corazoncito, sí, su puerta al pasado y cuenta a su ka-tet qué le ha sucedido. ¿Y qué fue? Pues lo mismo que a cualquier jovencito, la verdad. Le pasó el amor. Es cierto que fue pasado por el filtro de fantasía desencantada de Mundo Medio y por las muertes que siempre rodean al pistolero de Gilead, pero es una sencilla historia de amor juvenil. Ni más ni menos.
Y admito que me ha sorprendido descubrir el talento que el señor King podría haber esgrimido para la novela rosa, la verdad. He de decir que considero que se explaya demasiado y que ahoga el conjunto de la serie con un flashback tan largo, pero es una buena historia y está muy bien contada. Se respira amor e inocencia juveniles, se respira el mal que los rodea en la figura de ese insidioso pero carismático Eldred Jonas y sus dos compinches, meras sombras a su lado; así como de la loca y ya perdida para siempre, conquistada por la Bola de cristal, Rhea de Cöos. El resto de los personajes de la historia, aunque crean dominar ciertos aspectos de la misma, la verdad es que son poco más que peleles casi todo el tiempo, con alguna excepción extraordinaria que es mejor que el lector descubra en su momento.
En cualquier caso, aunque considero que ese pasado de Roland forma una buena historia en sí, insisto en que se hace demasiado extensa en las circunstancias de Mago y Cristal. No sé el resto de lectores, vosotros diréis, pero yo quería seguir presenciando el camino a la Torre. ¿Quería saber algo del pasado de Roland? Pues sí, también. Pero ¿necesitaba que me explayase su amor juvenil con pelos y señales? Pues no, lo cierto es que no. El efecto que consigue King, de hecho, es bastante extraño. El amor es agradecido de narrar, es fácil conseguir una sensación hermosa y elegante con un tema amoroso (aunque canse y suscite quejas, claro); es fácil dotar a Roland de sentimientos concentrando la narración en su romanticismo apasionado; igual que es fácil que una historia intrigue y uno quiera saber más cuando pone a un antagonista tan frío y meticuloso como Jonas al servicio del Hombre Bueno, John Farson. Los ingredientes están ahí y claro que funcionan, pero el número de páginas no está acorde con lo que King ofrece. Es demasiado largo. En algunos momentos la historia roza el sopor indescriptible. Me eché dos semanas con este libro, y porque el final me tuvo en vilo y me leí como 200 páginas del tirón, pero del bloque central malamente podía leer una veintena sin abandonar la novela. ¡Y eso que estaba en Albacete! De hecho, en esa franja hubo días en los que, directamente, no abrí el libro, no me sentía con fuerzas.
El final del libro, ya terminada la historia sobre Roland y Susan (que así se llama su amor), se vuelve violentísimamente épico en su camino hacia el Mago de Oz. No es de acción propiamente dicha, sigue siendo Roland contando su historia, pero es tan drástico, tan violento, que pone los pelos como escarpias. Algo me dice que si King hubiese destinado la mitad de páginas a la historia de Roland con su amada el resultado habría sido mucho más legible y ameno. Su extensión juega en su contra, lo hace aburrido, le resta interés y satura y satura y satura. Con todo, por momentos es brillante y uno podría llegar a pensar que se justifica la extensión por ciertas instantáneas; pero no, visto en frío no lo creo. Esas escenas podrían seguir tal como están quitando un montón de paja que afea al conjunto de la obra.
Por lo demás, no puedo dejar de comentar el magnífico trabajo de Dave McKean como ilustrador. Genial como siempre. ¡Qué tío!
Nota: 7. La novela está bien y es una lectura más que digna, pero tiene momentos que son puro hastío y estos juegan demasiado en su contra. El final, no obstante, es grandioso.
Blaine, el trastornado e insidioso fanático de las adivinanzas y Roland inician su peculiar duelo. Así empieza, en mitad del cliffhanger pueril con el que termina la anterior entrega.
Pero este libro no va de eso, o al menos no especialmente de eso. Es cierto que la trama avanza un poco en las primeras 80 y en las últimas 50 páginas, pero las 600 que hay en medio son un enorme y masticadito flashback de Roland, en el que responde a todas esas preguntas con las que ha sido esquivo durante las novelas anteriores y nos presenta al fin a ese pilluelo de Cuthbert y al, en mi opinión, algo soso Alain. Roland abre su corazoncito, sí, su puerta al pasado y cuenta a su ka-tet qué le ha sucedido. ¿Y qué fue? Pues lo mismo que a cualquier jovencito, la verdad. Le pasó el amor. Es cierto que fue pasado por el filtro de fantasía desencantada de Mundo Medio y por las muertes que siempre rodean al pistolero de Gilead, pero es una sencilla historia de amor juvenil. Ni más ni menos.
Y admito que me ha sorprendido descubrir el talento que el señor King podría haber esgrimido para la novela rosa, la verdad. He de decir que considero que se explaya demasiado y que ahoga el conjunto de la serie con un flashback tan largo, pero es una buena historia y está muy bien contada. Se respira amor e inocencia juveniles, se respira el mal que los rodea en la figura de ese insidioso pero carismático Eldred Jonas y sus dos compinches, meras sombras a su lado; así como de la loca y ya perdida para siempre, conquistada por la Bola de cristal, Rhea de Cöos. El resto de los personajes de la historia, aunque crean dominar ciertos aspectos de la misma, la verdad es que son poco más que peleles casi todo el tiempo, con alguna excepción extraordinaria que es mejor que el lector descubra en su momento.
En cualquier caso, aunque considero que ese pasado de Roland forma una buena historia en sí, insisto en que se hace demasiado extensa en las circunstancias de Mago y Cristal. No sé el resto de lectores, vosotros diréis, pero yo quería seguir presenciando el camino a la Torre. ¿Quería saber algo del pasado de Roland? Pues sí, también. Pero ¿necesitaba que me explayase su amor juvenil con pelos y señales? Pues no, lo cierto es que no. El efecto que consigue King, de hecho, es bastante extraño. El amor es agradecido de narrar, es fácil conseguir una sensación hermosa y elegante con un tema amoroso (aunque canse y suscite quejas, claro); es fácil dotar a Roland de sentimientos concentrando la narración en su romanticismo apasionado; igual que es fácil que una historia intrigue y uno quiera saber más cuando pone a un antagonista tan frío y meticuloso como Jonas al servicio del Hombre Bueno, John Farson. Los ingredientes están ahí y claro que funcionan, pero el número de páginas no está acorde con lo que King ofrece. Es demasiado largo. En algunos momentos la historia roza el sopor indescriptible. Me eché dos semanas con este libro, y porque el final me tuvo en vilo y me leí como 200 páginas del tirón, pero del bloque central malamente podía leer una veintena sin abandonar la novela. ¡Y eso que estaba en Albacete! De hecho, en esa franja hubo días en los que, directamente, no abrí el libro, no me sentía con fuerzas.
El final del libro, ya terminada la historia sobre Roland y Susan (que así se llama su amor), se vuelve violentísimamente épico en su camino hacia el Mago de Oz. No es de acción propiamente dicha, sigue siendo Roland contando su historia, pero es tan drástico, tan violento, que pone los pelos como escarpias. Algo me dice que si King hubiese destinado la mitad de páginas a la historia de Roland con su amada el resultado habría sido mucho más legible y ameno. Su extensión juega en su contra, lo hace aburrido, le resta interés y satura y satura y satura. Con todo, por momentos es brillante y uno podría llegar a pensar que se justifica la extensión por ciertas instantáneas; pero no, visto en frío no lo creo. Esas escenas podrían seguir tal como están quitando un montón de paja que afea al conjunto de la obra.
Por lo demás, no puedo dejar de comentar el magnífico trabajo de Dave McKean como ilustrador. Genial como siempre. ¡Qué tío!
Nota: 7. La novela está bien y es una lectura más que digna, pero tiene momentos que son puro hastío y estos juegan demasiado en su contra. El final, no obstante, es grandioso.
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