Alberto Vázquez Figueroa - Cienfuegos VI:Xaraguá
Xaraguá es la sexta entrega de Cienfuegos y, hasta 2006, el cierre de la serie. ¿Qué puedo decir? Lo cierto es que me parece un final perfecto a muchos niveles, aunque ciertos puntos no sean de mi más completo agrado, aunque no por ello sean menos lógicos o contextualizados.
Cienfuegos nunca ha buscado ser hiperrealista, jugaba con el encanto de lo exagerado, de la novela de aventuras, donde los malos no son malos, sino que son villanos; donde los buenos son héroes, y el amor es un sentimiento apasionado que arde con la fuerza de las llamas del infierno; donde la venganza es un plato apetitoso incluso quince años después, porque el odio y el rencor son pueriles y devoradores. Es una obra de extremos arrebatadores toda ella y, sinceramente, para mí es parte de su gran encanto. En general prefiero la abundancia de grises que de blancos y negros, pero el fuerte contrapunto y el toque aventurero se adaptan, en este caso como un guante a la medida de hechos y personajes. Al fin y al cabo, dudo que la intención fuese más que escribir una novela sencilla de aventuras que, además, ilustrase un poco sobre el descubrimiento de América, pues, a decir verdad, según he comprobado, está bastante bien documentada.
Liberada Ingrid Grass de las garras del Santo Oficio, con un Cienfuegos perseguido por la ira del gobernador Ovando que busca su cabeza, el cabrero decide retirarse tranquilamente a Xaraguá, el reino de la todavía hermosa reina Anacaona, a la que la edad parece resistirse a despojarla de su increíble belleza. La última aventura del cabrero será liberar a Anacaona de las garras de Ovando tras la innoble traición de este a la cortesía y recibimiento de la reina autóctona; y ponerse a salvo con los suyos en algún lugar lejos de las iras de unos españoles que se han manifestado insidiosos, traicioneros y envidiosos durante su breve estancia en América.
«Europa ha quedado atrás»
Tal vez no sea una frase demasiado épica, pero resume a la perfección la idea que subyace a Xaraguá. Ya no hay posibilidad de regresar, nada se les ha perdido al otro lado del Atlántico, que es surcado por varias naves cada año, que traen a algunos de los hombres que forjarán a sangre y hierro el futuro del Nuevo Mundo, hombres como Pizarro, Cortés o Balboa. En esta ocasión, la verdad, la historia de la novela no resulta demasiado cautivadora; es el broche final, son 200 páginas de cierre y epílogo a las 1200 anteriores y, en mi opinión, no intenta ser más. Es un paseo por los últimos recovecos de la infame política que España tuvo en sus dominios en América, personalizado esta vez en el racista y terrible Ovando, que en nada tiene que envidiar a Bobadilla. El precio, supongo, de tener que confiar el gobierno a un hombre, que gracias a la distancia que lo separa de sus superiores directos, a la hora de la verdad no responde ante nadie.
Los personajes, como siempre, son una delicia; pero ahora se suma el triste resplandor de la despedida, que se huele y se intuye en cada página. La historia se acaba y, en cierto modo, nunca fue tan gris. Xaraguá pierde un poco esa épica de las entregas anteriores, aunque sigue estando caracterizada por los extremos blancos y negros del resto de las novelas; pero el pescado ya se ha vendido antes, venta que culminó en Brazofuerte. Figueroa sólo está recogiendo el puesto y haciendo el balance, nada más. Cienfuegos, el cabrero, se despedía así de su historia llena de aventuras y sinsabores, de su destino despiadado siempre empeñado en joderlo vivo. Cienfuegos ponía un amable punto y final a su historia de desdichas. Al menos, así fue hasta que en 2006, Alberto Vázquez Figueroa decidió llevar al pelirrojo canario a Norteamérica, a los territorios de los Sioux, de los Comanches y de los Navajos en una novela que, en esencia, y a pesar de algunos americanismos léxicos que a mí, personalmente, no me gustan, sigue siendo una más que correcta entrega de Cienfuegos situada entre los últimos capítulos de Xaraguá y el epílogo del mismo. Una aventura más, sacada de la manga, aprovechada para ilustrar (espero que con la misma maravillosa documentación) la vida y costumbres de los nativos norteños.
Nota: 8,5. Xaraguá no es tan buen libro como otros de la misma serie, pero sí que es un gran cierre. No tiene el carisma de otras entregas, pero luce con orgullo el hecho de ser el final de la obra (lo era hasta hace no mucho, al menos) y de ser un buen final.
Nota de la serie Cienfuegos I-VI (consideraré que los libros que salgan sobre Norteamérica conforman un todo nuevo y cerrado en sí mismo): 9. Cienfuegos es una perfecta serie de aventuras y una buena forma de acercarse al descubrimiento de América, entretenida, rápida y educativa que, en mi opinión, es totalmente recomendable.
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