Momo - Michael Ende

No recuerdo cuántas veces me insistieron en que tenía que leer este libro; Cris, una de mis mejores amigas, me miró mal tantas veces por no haberlo leído, que esa mirada suya cargada de reproche perdió, casi, su valor. Pasaron meses y meses sin ninguna referencia a Momo hasta que un día, un frío día de partida de 7ºMar, Cris comentó con ese tono decepcionado con el que siempre lo dice: «Tú no habías leído Momo, ¿verdad?». Su mente elimina siempre este dato para autoprotegerse. La conozco bien, sé que realmente su mente, selectivamente, lo borra; sé que no se lo inventa. La miré y asentí sonriente, ya que por una vez se había acordado. Mi sorpresa fue cuando, rápidamente, echó mano a su mochila, sacó un libro y lo puso, con todo cuidado, en la mesa. Momo, por supuesto.



Y tras acabar con Motín na Bounty —que estaba leyendo en aquel momento—, y con A Granxa dos Animais —que me habían dejado hacía media hora escasa y del que pondré la reseña pronto— me puse con Momo. La portada, una niña de espaldas con un abrigo raído y parcheado caminando por una sala llena de relojes, con una tortuga a su lado, no me decía mucho. Del autor sólo había leído La historia interminable y, para eso, hace casi 10 años, pero algo en esa portada me decía que las cuentas cuadraban.

Abrí el libro con mucho interés. No tengo ningún problema con los libros para niños; no cuando son buenos, al menos. Momo es, claramente, un buen libro, pero le falta una buena corrección que le lave la cara. La redacción del libro es... sencillamente lamentable. Terrible. De lo peor que he visto, en serio. ¿Cómo pudo llegar a imprenta? El libro empieza: «En los viejos, viejos tiempos, cuando los hombres hablaban todavía muy otras lenguas (...)». Pues muy bien, hombre. Es la primera frase del libro. Un comienzo genial, ¿o no? Ya pone al lector a tono, lo predispone a malas con el traductor y eso es malo.

Momo es una niña a la que abandonan de pequeña y que los entregados vecinos de un pueblo deciden cuidar entre todos esforzándose un poco cada uno. Cuando Momo crece, pero aun siendo una niña, empieza a escuchar a sus vecinos. Es la persona que mejor escucha del mundo. Cuando escucha a alguien, esa persona se siente bien, en un ambiente confortable, como en presencia de su familia junto a la chimenea en una noche de invierno. Ella está callada, mirando a su interlocutor, que no puede evitar abrirse a ella y hablar, contarlo todo. Un día aparecen los hombres grises y quitan a los vecinos de Momo su tiempo , produciéndoles un agobio incomparable, estresándolos  hasta el punto de que Momo y los niños deciden tomar parte.

Ende diseña unos personajes sencillos y encantadores. Desde Momo, la simpática niña protagonista; a Hora Minuto Segundo, una especie de guardián del tiempo. Entre medias tenemos a unos geniales secundarios: Beppo el barrendero, un tipo adorable, poco inteligente pero muy fiel a la escuchadora Momo; Gigi el cuentacuentos, un jovenzuelo con talento para las historias que alcanza sus mejores momentos hablando con Momo y que sucumbe a los hombres grises cuando Momo desaparece, consiguiendo un gran éxito a cambio de venderse completamente; y la tortuga Casiopea, tal vez el personaje más encantador del libro, una tortuga guía que ve el futuro inmediato y que escribe lo que quiere decir en su caparazón (y a la que le han hecho un guiño bastante largo en Los Simpson, cuando Homer prueba el chili súper picante y tiene una visión extraña en la que una tortuga —Casiopea— lo guía para hablar con un zorro místico). La narración derrocha imaginación por todas partes. Aun siendo un libro para niños es difícil no sentirse cautivado por la historia que nos cuenta, por el escenario que nos plante, es difícil no sonreír ante la actitud de Momo y acabar odiando a los terribles hombres grises que roban el tiempo a la humanidad y se lo fuman. Literalmente. Todo rebosa imaginación,: las características del mundo y del tiempo, los personajes románticamente hermosos y la oscura sociedad y modo de vida de los hombres grises. Personalmente, estos hombres grises son de lo que más me gustó; su monstruoso concepto parasitario y legal, sus cigarrillos y maletas de tiempo, su uniformidad casi anónima... y la escena del juicio. Todo me parecía terriblemente evocador, aunque los odiase terriblemente.


«Antes eras el príncipe Girolamo disfrazado de pobre Gigi. ¿Y qué eres ahora? El pobre Gigi disfrazado de príncipe Girolamo


Al principio, además, los títulos de los capítulos son preciosos. Dos sintagmas enfrentados, paradójicos; aunque con el paso de las páginas, este rasgo se pierde, y me pareció una verdadera lástima.

Sin ninguna duda, insisto, este libro ganaría mucho con una buena redacción. El terrible espectáculo de construcciones erróneas y frases que un castellano-parlante no utilizaría bajo ningún concepto resulta incómodo y... simplemente, feo. Considero que el producto —y la gente que paga por él— merecían mucho más que esto.

Nota: 8,5. Uno de los mejores cuentos para niños que he leído, a pesar de todos los detalles de su versión castellana que intentan, con todas sus fuerzas, que el libro no guste de ninguna manera. Ni todo el esfuerzo hecho logra camuflar las virtudes del libro aunque, sin duda, las empañan.

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