Las ciudades invisibles - Italo Calvino
Las ciudades invisibles se presenta como una colección de relatos muy breves (entre media página y dos) y en cada uno de ellos se nos habla de una ciudad: de forma más material, artística o psicológica.
Estos relatos están unidos dentro de una historia en la que Marco Polo cuenta al emperador de los tártaros sus viajes, le describe las ciudades que ha conocido; y aunque esta historia sirve como poco más que una excusa para describirnos esas ciudades, que todas tienen nombre de mujer, aprovechará para presentarnos a su voluble Marco Polo y su cambiante enfoque de los hechos.
Estas descripciones, estas ciudades, se ordenan por temáticas, como Las ciudades y la memoria, Las ciudades y el deseo, Las ciudades y los signos, entre otras.
El libro consta de nueve capítulos: el primero y el último describen 10 ciudades y el resto describen 5. Un total de 55 ciudades, de 55 mujeres, de 55 narraciones que poco o nada tienen que ver entre sí, salvo la contribución de todos los recursos literarios a captar la mirada del lector y transportarlo a un paisaje encantado de un modo u otro.
No es especialmente importante qué cuenta. Las ciudades invisibles es un cómo. Es todo descripción, aunque a veces no describa nada en particular; es el uso del lenguaje para envolver y acariciar, una escritura hermosa y elegante. Juega mucho con el valor de la madurez, del cambio; juega con el tiempo que nos guía de la mano, y juega con la verdad y la mentira, con lo que uno sabe y con lo que cree saber. Juega al despiste y cada ciudad tiene, en general, una pequeña intrusión de circularidad, que embellece enormemente la forma de los relatos.
Lamentablemente, el relato nexo, en el que Marco habla con el Kublai Kan, trastabillea mucho, en mi opinión. He de decir que este no es un libro para leer y, muchos menos, para devorar de un tirón; este es un libro para disfrutar página por página, para leer una de las descripciones y saborear las palabras que utiliza. Si se leen veinte seguidas, todo parecerá formar parte de la misma nebulosa mística y opiácea; pues los relatos no son lógicos ni tienen un fin, salvo la propia belleza con que están contados. Desde esta matización, el hecho de que el nexo pueda carecer de esa belleza es, probablemente, un detalle nimio, pero creo que prefería algo más onírico - como en el resto de la obra - o, por contra, algo completamente realista que supusiese un contraste duro entre la mente soñadora y el cuerpo terrenal.
Nota: 8. Tengo en cuenta que no es un libro al uso y que habrá mucha gente que no sepa apreciarlo en absoluto, que hablará pestes y que deseará la quema de sus páginas; pero, sin lugar a dudas, es un bello poemario en prosa.
Puede ser ligeramente ilustrativo de cara a comprender la obra, el comentario que Marco hace al final de sus páginas: "El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio".
Estos relatos están unidos dentro de una historia en la que Marco Polo cuenta al emperador de los tártaros sus viajes, le describe las ciudades que ha conocido; y aunque esta historia sirve como poco más que una excusa para describirnos esas ciudades, que todas tienen nombre de mujer, aprovechará para presentarnos a su voluble Marco Polo y su cambiante enfoque de los hechos.
Estas descripciones, estas ciudades, se ordenan por temáticas, como Las ciudades y la memoria, Las ciudades y el deseo, Las ciudades y los signos, entre otras.
El libro consta de nueve capítulos: el primero y el último describen 10 ciudades y el resto describen 5. Un total de 55 ciudades, de 55 mujeres, de 55 narraciones que poco o nada tienen que ver entre sí, salvo la contribución de todos los recursos literarios a captar la mirada del lector y transportarlo a un paisaje encantado de un modo u otro.
No es especialmente importante qué cuenta. Las ciudades invisibles es un cómo. Es todo descripción, aunque a veces no describa nada en particular; es el uso del lenguaje para envolver y acariciar, una escritura hermosa y elegante. Juega mucho con el valor de la madurez, del cambio; juega con el tiempo que nos guía de la mano, y juega con la verdad y la mentira, con lo que uno sabe y con lo que cree saber. Juega al despiste y cada ciudad tiene, en general, una pequeña intrusión de circularidad, que embellece enormemente la forma de los relatos.
Lamentablemente, el relato nexo, en el que Marco habla con el Kublai Kan, trastabillea mucho, en mi opinión. He de decir que este no es un libro para leer y, muchos menos, para devorar de un tirón; este es un libro para disfrutar página por página, para leer una de las descripciones y saborear las palabras que utiliza. Si se leen veinte seguidas, todo parecerá formar parte de la misma nebulosa mística y opiácea; pues los relatos no son lógicos ni tienen un fin, salvo la propia belleza con que están contados. Desde esta matización, el hecho de que el nexo pueda carecer de esa belleza es, probablemente, un detalle nimio, pero creo que prefería algo más onírico - como en el resto de la obra - o, por contra, algo completamente realista que supusiese un contraste duro entre la mente soñadora y el cuerpo terrenal.
Nota: 8. Tengo en cuenta que no es un libro al uso y que habrá mucha gente que no sepa apreciarlo en absoluto, que hablará pestes y que deseará la quema de sus páginas; pero, sin lugar a dudas, es un bello poemario en prosa.
Puede ser ligeramente ilustrativo de cara a comprender la obra, el comentario que Marco hace al final de sus páginas: "El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio".
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