Llegada

Se despertó. Estaba cansada, mareada. Se incorporó y vio a sus compañeros tirados en el suelo, se revolvían, se hinchaban y deshinchaban. Estaban vivos, inconscientes tal vez, pero vivos. Se levantó y, tambaleante, se dirigió a un árbol y se apoyó contra él. Vio su brazo lleno de pequeños cortes. Se miró el otro brazo y vio más cortes. Esperó un rato, hasta sentirse un poco mejor y, entonces, se alejó con cuidado de los yacientes. A poca distancia, al este, encontró un río. Buscó un remanso y se quitó la ropa, que tiró en tierra. Se metió en las frías aguas y se lavó los brazos y piernas, que también estaban llenas de cortes. Notó que las heridas llevaban tiempo curadas y que solo eran líneas de sangre coagulada. Se las lavó hasta quitarlas todas. Se secó al Sol y se volvió a poner la ropa. Volvió a por sus compañeros, alguno se habría incorporado y se había apoyado contra árboles o rocas
- Ikh'oo, has sobrevivido - le dijo uno de ellos.
- Sí - asintió la hembra.

Esperaron a que el macho estuviese mejor y luego ella le ayudó a levantarse.
- ¿Estás bien? - le preguntó.
- Tengo estado mejor - respondió él. Luego, viéndose los brazos, preguntó: - ¿y todas estas heridas?
- Son pequeñas costras - le respondió Ikh'oo - pero hay un río aquí cerca.
- ¿Puedes llevarme hasta allí?

Ikh'oo lo acompañó hasta el río, él se quitó la camisa y se arrodilló para lavarse los brazos. Cuando se dio la vuelta, Ikh'oo reparó en un largo corte a la altura del pecho.
- Tienes... una herida en el pecho - dijo señalando con el dedo.
- Hostia - él se la miró sorprendido. También era antigua, una línea roja indolora, cicatrizada.
Ikh'oo le dio la espalda y se quitó la camisa. Se vio el pecho y el abdomen, tenía una pequeña cicatriz en el lado derecho, a la altura de las lumbares medias.
- ¿Tengo algo en la espalda?
- Tienes... dos cortes paralelos, uno a cada lado de la columna...
- ¡Joder!
- Están secos como los demás..., pero son bastante largos y...
Ella se puso la camisa. No le parecía adecuado estar semidesnuda delante de un macho cualquiera.
- Que sí, no importa, vamos a buscar a los demás y salgamos de esta mierda de sitio.
Él obedeció. Ikh'oo no tenía buena fama en el pueblo, era violenta y rencorosa. Y muy, muy bella.

Los cottar que estaban tendidos se habían levantado, menos uno, Armus Eranión, el panadero del pueblo.
- Cogedlo - ordenó Ikh'oo - y vayamos junto al río. Allí, al menos, tendremos agua con que lavarnos.
Ella no era jefa, era una burócrata, una administrativa: tomaba notas, firmaba papeles y ponía la cara bonita. Pero heridos, cansados... agradecieron que alguien tomase las decisiones. Cogieron a Armus y se fueron hacia el río. Hicieron una hoguera, que les llevó su tiempo, chocando piedras y frotando palos. ¿Cuánto tiempo llevaban todos ellos sin tener que hacer algo así?

Mientras encendían la hoguera, Ikh'oo estaba dándole formas a una piedra para usarla como cuchillo y uno de ellos preguntó:
- ¿Alguno... recuerda algo de... no sé, naves plateadas?
Todos lo miraron. Varios lo recordaban, o creían recordarlo.
- Sí - dijeron varios. Otros asintieron. Otros lo miraron extrañados y luego miraron extrañados a los demás.
- Eran los dioses - dijo uno - los dioses bajaron a juzgarnos por nuestras acciones. Hemos muerto y... ahora nos han juzgado y nos han mandado a algún sitio.
- A mí no me parecían dioses. No... no actuaron como tales, solo bajaron y... y nos capturaron. No parece demasiado divino.
- ¡¿Qué más da que fuesen dioses o no?! - preguntó Ikh'oo, que dudaba seriamente de que lo fuesen - nos secuestraron y aquí estamos, en un bosque quién sabe dónde, perdidos y sin pertenencias. Eso es lo que importa, eso y pensar qué coño vamos a hacer. Dejad la metafísica para otro momento, por favor.

Mientras los cottar discutían, un animalejo de unos 15 centímetros con una larga cola peluda correteó hacia ellos y se puso muy cerca de Ikh'oo. Ella lo miró y se concentró, conjuró y dejó al animal inmovilizado. Luego le dio una patada fuerte, matándolo del impacto. Fue a recogerlo, pues había salido volando a raíz del golpe y lo sujetó firmemente con una mano, mientras con la otra le tajaba el cuello. La sangre empezó a manar y ella bebió con avidez. Luego ofreció el animal a los demás.
- No creo que tenga mucho más, pero bueno, siempre tenéis el río al lado y hay unos peces marrones bastante grandes.

Armus se despertó poco después. Las llamas de la lumbre ya le daban calor.
- ¿Dónde... - comenzó al ver la escena.
- Te trajimos hasta aquí. Nos despertamos a unos cuantos pasos hacia el oeste, pero vinimos hasta aquí para poder lavarnos. Además hay peces con los que alimentarse, que es mejor que nada.

Y allí, al calor de la hoguera, pasaron la noche.

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