Nuestra señora de París - Victor Hugo

Esta iba a ser la última parada de mi paseo original por clásicos de la literatura francesa, aunque durante el mismo añadí Cyrano y La dama de Monsoreau por vicisitudes del destino, apasionadas recomendaciones y el gran regusto que me iban dejando las paradas del viaje.


Cinco personajes, cinco tipos de amor

Nuestra Señora de París (Notre Dame de Paris) es una novela del romanticismo francés ambientada en el medievo parisino, con Notre Dame y sus alrededores como escenario. Sus páginas están llenas de amores imposibles, todos centrados en la figura de Esmeralda, una hermosa gitana que canta y baila en las plazas de la ciudad. Ella, Frollo, Febo, Gringoire y Quasimodo representan, con el paso de las páginas, y pese a que en inicio vacilen un poco, cinco formas de amar.


Quasimodo, aunque al principio intenta secuestrar a Esmeralda, desarrolla un amor entregado y benévolo. El jorobado, que sin duda ve a Esmeralda de una forma pasional y sexual, la ama por su bondad y su capacidad para perdonar; por su gesto humano cuando él era humillado en la plaza, lo que lo lleva a una entrega absoluta y a defender a la joven en todo momento. Es el amor más casto, el menos egoísta, el más religioso; Quasimodo siente por Esmeralda aquello que el archidiácono no parece ser capaz de sentir por Dios.


—¡Es inconcebible! ¡Un campanero raptar a un chica como si fuera un vizconde! ¡Un villano cazar furtivamente la caza de los nobles!
Lon Chaney (Quasimodo). Nuestra Señora de París (1923)


Esmeralda ama a Febo con cierta infantil adoración, como un alma libre; aunque en realidad su amor es por la imagen falsa que se ha hecho de él. La casualidad la ha llevado a pensar que Febo es un héroe, un valiente caballero, cuando la salvó de las garras del deforme Quasimodo. Desde entonces ve al soldado con un filtro reverencial, aunque cada vez resulte más evidente que no es oro todo lo que reluce.


Febo ama el placer: miente, engaña y hace lo que sea necesario para llevarse a las mozas a la cama. Esmeralda es un capricho más, y enterarse de que está locamente enamorada de él, por lo fácil que le pone las cosas, lo anima a ir a por ella. Febo es un personaje frívolo pero apuesto, la manzana con gusano, un muñeco sin nada dentro.


Gringroire siente un amor contemplativo y mantiene una peculiar relación con Esmeralda, que se casa con él para evitar que lo maten en una escena alocada e hilarante. Es un personaje amable, luminoso y divertido, que ama la belleza de Esmeralda (con la que nunca llega a intimar, pues acepta el desinterés romántico que ella siente por él), los animales, las plantas y las piedras; aunque su gran amor es, sin lugar a dudas, Djali, la simpática cabra que acompaña a la gitana.


Frollo es un hombre de fe y practicante de alquimia, severo y casto, cuya pasión sexual se desata al ver bailar a la joven Esmeralda, a la que ya no es capaz de sacarse de la cabeza. Pese a ser, en cierto modo, el villano de la obra; es el personaje más complejo y más completo. Su personalidad está pulida con esmero y se detallan sus debilidades, como su falta de control, su ignorancia y su egocentrismo; sus excusas, que muestran a Esmeralda como obra de Lucifer y a veces como al diablo mismo; y sus miedos, a caer, a corromperse, a los fuegos del infierno. Hugo detalla cada paso de su proceso de corrupción por no poder poseer a la gitana hasta volverlo un personaje más sombrío que severo, más malvado que despiadado; pero no descuida aquello que lo hace humano, creando un villano lleno de matices.


Las viejas calles de París

Cuando surgió la oportunidad de escribir Nuestra Señora de París, la capital francesa estaba inmersa en un plan de remodelación urbanístico que quería echar abajo las pequeñas y caóticas construcciones medievales, que daban a lugar a estrechas e intrincadas callejuelas, para construir edificios modernos y redibujar el plano de la ciudad.

Esmeralda. Novela ilustrada por Benjamin Lacombe.


Hugo ya había escrito panfletos para defender la vieja arquitectura gótica con escaso éxito, pero aprovechó el encargo y, ambientando la narración en el París medieval, intentó dar una visión apasionada de ella, por lo que las páginas de Nuestra Señora están llenas de descripciones arquitectónicas. Hay un capítulo sobre la fachada de Notre Dame y la vista desde sus torres. Resulta poco rítmico, pero es llamativo el amor que desprende el texto, lo meticuloso de los detalles y lo gráfico de la descripción.


La novela triunfó mucho y tuvo buenas críticas, el público reaccionó bien; pero contando que en 1850 empezaron los trabajos haussmanianos para modernizar la ciudad, puede que la sensibilidad por la París gótica no calase tanto como deseaba el autor. Las razones de la transformación parisina eran muy poderosas: insalubridad, sobrepoblación, problemas de circulación de aire… Pero no fue un plan exento de críticas.


El libro frente al edificio

Victor Hugo tiene una faceta en sus escritos más próxima a la filosofía que a la narrativa. Así como en Los miserables se permitía reflexionar sobre los sistemas de gobierno, la historia, la perversión de esta, la moral, el bien, la justicia, el mal… en largos textos que se intercalaban con la narración al uso; en Nuestra Señora de París hace algo parecido con elementos como pueden ser la masacre arquitectónica del reformismo neoclásico, que ya hemos comentado, o el impacto del libro impreso, aprovechando unas palabras de Claude Frollo al principio de la novela.


El archidiácono de Notre Dame hablaba con temor sobre la llegada de la imprenta, a la que compara con la peste, porque el libro matará al edificio; el papel, a la piedra; el razonamiento, al dogma. Hugo, muchas páginas después, explota esto en una reflexión de cerca de unas 5500 palabras. En ella explica la arquitectura como una necesidad para enunciar mensajes ante la volatilidad de la palabra hablada, tratándola desde una perspectiva comunicadora en la que las piedras son letras. Así, las agrupaciones de aquellas definirían palabras y, si había había espacio y recursos, podrían llegar a formar frases completas. Extendiendo esta idea con el desarrollo arquitectónico, los edificios serían libros enteros, mensajes completos y profundos.


Desde una perspectiva comunicadora, el libro es más rápido de producir, más barato y, a la vez, en opinión del narrador, inmortal. Un edificio puede destruirse, ¿pero cómo luchar con la ubicuidad de la producción impresa en masa? Llegado a este punto, no pude evitar preguntarme por las reflexiones que haría Hugo sobre internet y la ubicuidad digital y la problemática de su control. Habría sido un placer leerlas.

Cuando uno hace el mal, tiene que hacer todo el mal. ¡Es una locura quedarse a medias en lo monstruoso!
Frollo. El jorobado de Notre Dame (1996)

Nuestra Señora de París no es una obra con tanto ritmo como las de Dumas, y no es tan intensa, profunda y emocionante como Los miserables, pero tiene la magia de Hugo, que no es poco, y uno de los villanos mejor retratados y mejor esbozados que he visto nunca. Qué monstruo y qué humano, señor Frollo.

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