Boss (2ª temporada) - FX
La segunda temporada de Boss cuenta con un punto de partida mucho más trepidante en el que las bases más importantes de sus tramas se heredan directamente de la primera. Esto les permite contar con la velocidad necesaria para meterse en tramas más enrevesadas sin renunciar por ello al desarrollo de los capítulos en el primer tercio de la temporada.
Y es que, soñadores, Chicago, tal como se representa en la serie, es una ciudad horrible. Tom Kane, que a veces parece un diablo obsesionado con el poder y otras veces un político demasiado entregado a su causa como para dejar la ciudad en manos menos hábiles (eso dice, al menos), rasga y remienda, hace y deshace; Tom Kane mueve los hilos de Chicago y de muchos de las marionetas que se creen titiriteros. Todo es una red, y en lo alto, por ahora, está Tom.
La serie sigue, pues, con las idas y venidas de este personaje al que su enfermedad, sus decisiones y los problemas heredados amenazan con hundirlo constantemente; sigue con el increíble, intrigante y magnético tablero de ajedrez de Tom Kane.
Pero hay un punto a mayores de toda esta maraña de traiciones y pleitesías, y es que el rey está enfermo. Mucho. Y cada vez más. Las recurrentes visiones, con una fuerte carga de Ezra, supongo que acuciadas por la culpabilidad, además de por ser una de las figuras, hasta el momento, más cercanas en la vida de Kane. Un Ezra imaginario que sigue, de algún modo, siendo la voz de la razón, aconsejando siempre mesura y reflexión. Tom sabía cómo era Ezra y se imagina una versión muy creíble de él, aunque a veces un poco cargada de reproches. Tampoco es que alguien pudiera culparlo por ello.
La guerra, esta vez, se origina porque Kane aumenta la tensión, tiene que mantener el poder y para eso realiza un gobierno mucho más duro en el que empiezan a rodar muchísimas cabezas; cabezas que, en ocasiones, él mismo había puesto donde estaban. Si el señor Kane ya era un hombre dado a tener enemigos en todas partes... ahora la ha hecho buena.
Quizá, mal que me pese, el personaje que más consigue desarrollarse es Ian Todd. Y digo esto porque su personaje me resultó odioso desde el principio, es muy joven y constantemente parece que le faltan tablas, usa el sexo para hacerse con los personajes que lo rodean (a lo Cersei, pero saliéndole bien porque, en realidad, es un chaval inteligente) y uno nunca sabe hasta qué punto apoya a Kane. Mona es un personaje que, si bien llega a hacerse un hueco y no parecer un mero esbozo para suplir el increíble personaje al que suple, nunca deja de ser un poquito plana. Le faltan motivaciones. Sí, abandona a Ross y se va con Kane por las promesas de este de hacer algo con los Jardines Lennox, pero nunca mira más allá. Ella y sus malditos jardines. Es todo cuanto es capaz de ver.
Contra estos personajes de los que hablaba antes, tenemos las evoluciones de dos personajes que dan constantes saltos, son Kitty y el candidato a senador Ben Zajac (Jeff Hephner). Uno nunca sabe qué esperar de ellos, son piezas terribles y muy capaces en el juego al que todos juegan, pero sus movimientos son difíciles de prever.
A veces aliados, a veces enemigos, a veces se protegen y a veces se atacan miserablemente. ¿O no? ¿Cuál es el juego del Rey? ¿Cuál es el juego de los caballos?
Y tenemos por último a la torre (que me parece a mí que a Kane solo le queda una, tras ordenar morir a la segunda al final de la primera temporada), un personaje que aguanta más o menos imperturbable desde el principio de la serie: Meredith Kane, que siempre ha mostrado una actitud parecida hacia el mundo y hacia su marido; un personaje del que tenemos una idea muy sólida incluso en sus momentos más inesperados. Quizá no sea la mejor de sus piezas y quizá tenga sus historias de fondo, pero lo cierto es que Meredith, cuando se la necesita, es un muro desde el que reincorporarse.
La reina es la candidata a senadora Walsh, una mujer que se las da de incorruptible. No le afecta el dinero que pueda ofrecer Kane, no le afectan las promesas. Ella hace su juego. Y no es el juego de Kane. Y llegados a este punto, a un tablero de ajedrez en el que solo se pueden tener fichas blancas o fichas negras, tus opciones son «ser de los de Kane» o «ser de los enemigos de Kane». Sirva, por tanto, Walsh como enemiga; que yo creo que era, a priori, la más inmune a las artimañas del viejo rey.
Pero en una serie con tantos frentes abiertos (debe de tener el mayor número de frentes por personaje que he visto en mucho tiempo) es difícil dibujar exactamente al rey enemigo, viendo más la masa de enemigos y cómo aumenta que las figuras en sí.
¿Una figura del otro lado? Por tamaño y relevancia nombraré al concejal Ross, que en su momento fue pro-Kane y ahora es una rata miserable intentando hacer pequeñas heridas siempre por la espalda. Heridas de cobarde. Puñaladas traperas.
¿Los demás? Los demás, todos peones. Kane contra un mar de peones.
Nota: 9. La segunda temporada de Boss es una pieza de artesanía que solo peca de un inicio empañado por unos personajes que, sencillamente, no están a la altura de los que se han perdido. Ian crece mucho durante la temporada, pero nunca suple el papel de Ezra (dicho de otro modo, siento ser tan rotundo, Jonathan Groff no tiene la presencia en pantalla de Martin Donovan) y Mona Fredriks (y su actriz) no suponen ningún tipo de desafío a la siempre astuta y juguetona mirada de Kitty, la preciosa y eficaz Kitty. En cualquier caso, una serie muy recomendada; una historia que requiere mucha atención y un apartado artístico muy en la línea del de la temporada original.
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Boss (1ª temporada).
Y es que, soñadores, Chicago, tal como se representa en la serie, es una ciudad horrible. Tom Kane, que a veces parece un diablo obsesionado con el poder y otras veces un político demasiado entregado a su causa como para dejar la ciudad en manos menos hábiles (eso dice, al menos), rasga y remienda, hace y deshace; Tom Kane mueve los hilos de Chicago y de muchos de las marionetas que se creen titiriteros. Todo es una red, y en lo alto, por ahora, está Tom.
La serie sigue, pues, con las idas y venidas de este personaje al que su enfermedad, sus decisiones y los problemas heredados amenazan con hundirlo constantemente; sigue con el increíble, intrigante y magnético tablero de ajedrez de Tom Kane.
El rey
Quizá el punto más importante de esta serie (ya lo era en su primera temporada y está claro que la segunda sigue su estela y la hace crecer), es ese sensación de encontrarse ante un rey y su reino. Tom Kane puede ser un mal hombre, puede ser despiadado, pero actúa en todo momento como si no debiera cuentas a nadie, los que se enfrentan a él juegan de forma miserable y traicionera (siendo el máximo exponente de esto el concejal Ross), desde el miedo; porque Tom Kane es el único rey de la serie y Kelsey Grammer lo reafirma con su forma de mirar y de fruncir los labios, de esperar lo mejor de todos quienes lo rodean y de hacer lo mejor para Chicago aunque el resto del mundo no sea tan inteligente como él y no entienda sus motivaciones (recordemos que este fue uno de los puntos de máxima tensión al final de la primera entre su principal hombre de confianza, Ezra Stone —Martin Donovan— y el propio Kane).Pero hay un punto a mayores de toda esta maraña de traiciones y pleitesías, y es que el rey está enfermo. Mucho. Y cada vez más. Las recurrentes visiones, con una fuerte carga de Ezra, supongo que acuciadas por la culpabilidad, además de por ser una de las figuras, hasta el momento, más cercanas en la vida de Kane. Un Ezra imaginario que sigue, de algún modo, siendo la voz de la razón, aconsejando siempre mesura y reflexión. Tom sabía cómo era Ezra y se imagina una versión muy creíble de él, aunque a veces un poco cargada de reproches. Tampoco es que alguien pudiera culparlo por ello.
La guerra, esta vez, se origina porque Kane aumenta la tensión, tiene que mantener el poder y para eso realiza un gobierno mucho más duro en el que empiezan a rodar muchísimas cabezas; cabezas que, en ocasiones, él mismo había puesto donde estaban. Si el señor Kane ya era un hombre dado a tener enemigos en todas partes... ahora la ha hecho buena.
Alfiles, caballos y...
En esta temporada hay piezas que crecen mucho y a ritmo vertiginoso. Sobre todo los sustitutos de Kitty (Kathleen Robertson) y Ezra: Mona Fredriks (Sanaa Lathan) y el joven Ian Todd (Jonathan Groff). Estos personajes, sobre todo al principio, parece que no son capaces de hacer frente a los huecos, enormes huecos, que dejaron sus predecesores; pero capítulo a capítulo, arañando el cemento, palmo a palmo, van tejiendo sus personalidades y consiguen, casi, que olvidemos los personajazos con los que Kane se protegía en la primera temporada.
Mona Fredriks e Ian Todd. Ay, señoritos, ¡cuánto os queda para molar de verdad!
Quizá, mal que me pese, el personaje que más consigue desarrollarse es Ian Todd. Y digo esto porque su personaje me resultó odioso desde el principio, es muy joven y constantemente parece que le faltan tablas, usa el sexo para hacerse con los personajes que lo rodean (a lo Cersei, pero saliéndole bien porque, en realidad, es un chaval inteligente) y uno nunca sabe hasta qué punto apoya a Kane. Mona es un personaje que, si bien llega a hacerse un hueco y no parecer un mero esbozo para suplir el increíble personaje al que suple, nunca deja de ser un poquito plana. Le faltan motivaciones. Sí, abandona a Ross y se va con Kane por las promesas de este de hacer algo con los Jardines Lennox, pero nunca mira más allá. Ella y sus malditos jardines. Es todo cuanto es capaz de ver.
Contra estos personajes de los que hablaba antes, tenemos las evoluciones de dos personajes que dan constantes saltos, son Kitty y el candidato a senador Ben Zajac (Jeff Hephner). Uno nunca sabe qué esperar de ellos, son piezas terribles y muy capaces en el juego al que todos juegan, pero sus movimientos son difíciles de prever.
A veces aliados, a veces enemigos, a veces se protegen y a veces se atacan miserablemente. ¿O no? ¿Cuál es el juego del Rey? ¿Cuál es el juego de los caballos?
Y tenemos por último a la torre (que me parece a mí que a Kane solo le queda una, tras ordenar morir a la segunda al final de la primera temporada), un personaje que aguanta más o menos imperturbable desde el principio de la serie: Meredith Kane, que siempre ha mostrado una actitud parecida hacia el mundo y hacia su marido; un personaje del que tenemos una idea muy sólida incluso en sus momentos más inesperados. Quizá no sea la mejor de sus piezas y quizá tenga sus historias de fondo, pero lo cierto es que Meredith, cuando se la necesita, es un muro desde el que reincorporarse.
La reina y el ejército enemigo
Es difícil elegir un rey enemigo. Quizá pudiéramos decir que ese enemigo es el cuarto poder, que es la sombra que siempre amenaza a Kane de fondo, pero Kane es un hombre que parece tener, en el fondo, infinitos recursos y una asombrosa fortuna. Demencia de cuerpos de Lewy aparte.La reina es la candidata a senadora Walsh, una mujer que se las da de incorruptible. No le afecta el dinero que pueda ofrecer Kane, no le afectan las promesas. Ella hace su juego. Y no es el juego de Kane. Y llegados a este punto, a un tablero de ajedrez en el que solo se pueden tener fichas blancas o fichas negras, tus opciones son «ser de los de Kane» o «ser de los enemigos de Kane». Sirva, por tanto, Walsh como enemiga; que yo creo que era, a priori, la más inmune a las artimañas del viejo rey.
Pero en una serie con tantos frentes abiertos (debe de tener el mayor número de frentes por personaje que he visto en mucho tiempo) es difícil dibujar exactamente al rey enemigo, viendo más la masa de enemigos y cómo aumenta que las figuras en sí.
¿Una figura del otro lado? Por tamaño y relevancia nombraré al concejal Ross, que en su momento fue pro-Kane y ahora es una rata miserable intentando hacer pequeñas heridas siempre por la espalda. Heridas de cobarde. Puñaladas traperas.
¿Los demás? Los demás, todos peones. Kane contra un mar de peones.
Peones, decía.
Nota: 9. La segunda temporada de Boss es una pieza de artesanía que solo peca de un inicio empañado por unos personajes que, sencillamente, no están a la altura de los que se han perdido. Ian crece mucho durante la temporada, pero nunca suple el papel de Ezra (dicho de otro modo, siento ser tan rotundo, Jonathan Groff no tiene la presencia en pantalla de Martin Donovan) y Mona Fredriks (y su actriz) no suponen ningún tipo de desafío a la siempre astuta y juguetona mirada de Kitty, la preciosa y eficaz Kitty. En cualquier caso, una serie muy recomendada; una historia que requiere mucha atención y un apartado artístico muy en la línea del de la temporada original.
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